lunes, 17 de junio de 2013

La Odisea de los placeres


Cuando quise darme cuenta, sus dientes estaban mordiendo mi pezón, como si fuera un pequeño fruto seco. Él estaba hambriento y a mí me encantaba verle disfrutar. Así que le deje encima de mi cuerpo, saboreándolo hasta que se cansase, disfrutando de todo lo que podía darle. Aunque antes de estar en la cama, uno frente al otro, tuvimos que pasar una odisea. La odisea de los placeres. 

Había terminado de trabajar a las 20.00 horas de la tarde. Él, John, a las 20.00 horas. Nuestros horarios estaban sincronizados. Yo llegaría a casa a las 20.30, mientras que él a las 20.40. Quien antes llegase tenía que preparar todo los artefactos que fuéramos a utilizar en aquel momento. Porque sí, porque a veces es mejor decir las cosas claras, sin florituras, ni metáforas, siendo claros: los dos estábamos muy calientes. 

Nos llevamos todo el día, desde que desayunábamos y cerrábamos la puerta de casa, escribiéndonos Whatsapps uno detrás de otro. Como dos tortolitos que aún no saben que es desabrochar una bragueta y probar otro tipo de manjares. Pues así estaba yo y estaba él. Dos auténticos tortolitos

Nuestra relación se basaba en la complicidad y en las ganas de divertirnos. Nos gustaba el sexo. AMAMOS EL SEXO. E intentábamos dejarlo claro siempre que podíamos. En la ducha...en el ascensor...en la habitación...en el salón...en la terraza...en casa de mis padres...en casa de sus padres...en su empresa...en la mía...en un parque...Bueno, creo que ha quedado clara la idea. AMAMOS EL SEXO y SABEMOS DISFRUTAR DE ÉL. 

Estábamos calientes. Muy calientes. Nuestros cuerpos, como polos opuestos, se atraían. Los dos trabajábamos en zonas distintas de la capital y la única forma de poder tener contacto era por teléfono. Así que más de un día, cuando mis compañeras de trabajo me decían de ir juntas a comer, yo declinaba la oferta, con la única intención de comer algo rápido y largarme corriendo a los aseos del sótano. Allí apenas había gente y si había, no me conocían. Cuando me sentaba en el retrete, cerraba bien la puerta, y le escribía a mi marido: 

- ¿Listo?

Y él, encantado, con más ganas que yo, me decía:

- ¡Desde hace cinco horas!

Entonces me llamaba y me describía paso a paso todo lo que me pensaba hacer cuando nos viéramos por la noche. Y ahí estaba nuestro amor, empapado en sexo húmedo, en sexo vivo. 

Y así pasaba nuestro día, amándonos por teléfono y expulsando de nuestras bocas palabras pervertidas. 

Cuando llegué a la noche, él ya estaba en casa. No estaba desnudo, quería que yo le desnudase. Y así que lo hice: adopte el papel sumisa, y acepté todas sus órdenes, apenas hablaba, me guiaba con su mirada, y yo obedecía. 

Primero llevé mis manos a la parte delantera de su pantalón, la dejé posada allí, mientras intentaba descubrir el porcentaje de viva que tenía mi chico en aquel momento. Poco después, aquella vida se multiplicaba por dos...y por tres, hasta que estaba lista para la diversión. Entonces desabroché el primer botón, dejándola respirar, pero sin apenas verla. Luego, desabroche uno a uno todos los botones de su camisa, intentando acercar mis labios a los suyos y rozar su aliento, caliente como su cuerpo, y su mente. Poco faltó para que él dejara el juego, me llevase hasta la cocina y me estampase contra la pared, el juego había terminado...

Tenía poco aguante; a él le gustaba más la fuerza. Ir rápido y repetir numerosas veces. Disfrutar en pequeños actos. Así que me tocó imaginar como desabrochaba toda la bragueta por detrás e intentaba bajarme los pantalones. Luego, la sentí dentro de mí, sin apenas saludar, con impulso, con decisión...

Lo de los frutos secos, el dejarme sobre la cama, mordiendo mis pezones, lo hacía después, cuando ya se ha quedado dormida...entonces, empieza con este juego, para ir despertando la fiera que lleva dentro y para volver al ruedo. 

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