Mi cuerpo se iba estremeciendo según sus labios iban besando
mis piernas. Un beso en una y otro en la otra. Todo ello mientras subía poco a
poco por ellas, intentando coronar mi cima. Solo veía su pelo y lo acariciaba
una y otra vez con dulzura, mis dedos se perdían en sus mechones y solo podía
ver sus ojos cuando descaradamente asomaban para regalarme una sonrisa.
Mi cuerpo se curvaba, era el precioso momento en el que ves
que se acerca el momento y tienes las mismas ganas de que el momento se
convierta en un “YA”, como que ese momento se convierta en eterno. Su barba
rozaba el interior de mis muslos y su lengua dejaba un rastro que se iba perdiendo
con el paso de los minutos.
Los relojes comenzaban a contar el tiempo hacia atrás y
todos los nervios de mi cuerpo tenían la atención puesta en cada movimiento de
su cabeza. Sus brazos comenzaron a tirar de mis piernas hacia los lados, mis
fuerzas no estaban en ese lugar en ese momento. Era esclava del deseo, de las
ganas de sentir, de mi cama, del momento…
Mi sexo susurraba entre labios su nombre y James estaba
escuchando la llamada a la perfección. Se encontraban cara a cara. Mis labios
se secaban, mis ojos se abrían como platos y mi mano corrió a toparse con su
frente para cortarle el paso entre juegos. Su cabeza no podía avanzar pero no
cubrí todos mis flancos y su lengua acarició levemente los pliegues de mi flor
de la pasión. Muy sutilmente, una pasada casi fallida. Pero no, no fue fallida
y mi última muralla se derrumbó, mi mano calló rápidamente y se perdió entre
las sábanas para no volver.
James se disponía a besarme pero desvió sus besos a mis ingles.
Mi cuerpo era ya un mar de lo más revuelto. Cuando parecía que mis ansias iban
a hacerme perder el sentido la lengua de mi marido arrancó todas mis frustraciones
de un plumazo, un buen lengüetazo. Su lengua comenzó a hurgar dentro de mí,
comenzó a pasearse por las afueras para encontrar el timbre y llamar
directamente a mi locura.
Intentaba entrar en mí, parecía que disfrutase más él que yo
si no fuera porque era imposible. Lo que estaba disfrutando yo no había ninguna
palabra en el diccionario que lo definiese.
James paró de repente y se incorporó ligeramente para mirarme
directamente a los ojos. Levantó su mano y la acercó a mi boca que la lamió de
principio a fin varias veces. Mi boca no la quería soltar pero se fue y tenía
una dirección clara. Entró en mi cuerpo rápidamente y comenzó a entrar y salir.
“Espero que estés preparada”.
Cuando ni si quiera había terminado de decir su frase, los
dedos de mi marido empezaron a entrar y salir de mi cuerpo con un ritmo
frenético. Mis manos aparecieron para agarrarse a las sábanas porque su fuerza
me impulsaba a caerme de la cama. Sus músculos se marcaban con la fuerza que
estaba imprimiendo al movimiento y yo sentía que estaba en el mismísimo cielo.
No podía desencadenar mis gemidos que se agolpaban a las puertas de mi boca y
querían salir todos a la vez tanto que parecían ser uno solo.
Mi cuerpo no aguantaba tanto ritmo y mi mente estaba sentada
en una nube. Yo estaba rozando el clímax. James lo intuyó y rápidamente bajó su
boca a mi miembro para acariciar suavemente mi feminidad de principio a fin y
llevarme al éxtasis. Mis manos despertaron del letargo y agarraron su pelo para
tirar de él con mi último aliento.
Después mi mano acarició la humedecida boca de mi marido…
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