Eran las vacaciones del año anterior a que naciese el mayor
de mis hijos. Allí estaba yo, junto a James, en un hotel cercano a la playa en
una de las islas españolas cuyo nombre no desvelaré. Allí estábamos tomándonos
unas merecidas vacaciones.
El caso es que la noche había caído ya. Podían ser horas de
tomarse unas copas en una terraza del paseo marítimo. Podían serlo también para
descansar después de un día recorriendo la isla de un punto a otro. Pero no
podían si no que fueron las mejores horas que recuerdo en unas vacaciones junto
a James.
Somos dos adultos responsables hasta que dejamos de serlo.
Estábamos en la habitación y salimos los dos juntos a la terraza a ver la isla
de noche. Era una magnífica vista repleta de colores cubierta por la noche de
unas estrellas que brillaban cuidando del cielo. Era un paraíso, un entorno
ideal para verlo con James.
De repente bajé la mirada a la piscina que brillaba con
algunas luces que hacían del azul del agua una enorme tentación. Cogí a James
del brazo y le dije que nos fuéramos a dar una vuelta.
“Mi amor, déjame que me arregle un poco”.
El ingenuo de James por aquel entonces ya era sabedor de mis
locuras transitorias pero aún le pillaban siempre por sorpresa. Bajamos de la
cuarta planta en ascensor y deambulamos por la recepción del edificio. Mientras
él me preguntaba constantemente que hacía, yo intentaba una y otra vez salir a
la piscina por puertas que estaban siempre cerradas. Pero James seguía sin
pillarlo, así era y es el que ahora es mi marido.
“Por dios James, piscina. ¿Lo pillas?”.
Y después de un “oooohhh ya veo”, se le iluminaron los ojos
y me sacó directamente a la calle. Allí, ni corto ni perezoso, me aupó por
encima del muro que la separaba del exterior para después, de un plumazo, estar
a mi lado rodeado de hamacas.
Sus labios ya pedían rápidamente mis besos pero mi dedo
índice los calló y le apartó para cogerle de la mano y llevarlo directamente al
agua. No quise que nos diera tiempo de quitarnos la ropa y bajé suavemente por
las escaleras para no hacer ningún ruido, con mi precioso vestido estampado y
veraniego. James hizo lo propio con su polo y sus bermudas. Solo pudimos salvar
nuestros zapatos.
Ya en el agua nos besamos con pasión, como dos adolescentes
que juegan a ser mayores, como dos mayores que juegan a ser adolescentes. Sus
besos me llevaron al borde de la piscina y allí me apretaron contra él. James
bajó su mano y levantó mi vestido para poder coger con sus dos manos mi ropa
interior que sutilmente fue bajando por mis piernas hasta que se vieron fuera
del agua. Yo no quise ser menos protagonista en esa fiesta y bajé la suya junto
a sus bermudas color beige. Lo que asomaba a la superficie no daba la sensación
de desnudez que había bajo el agua, donde nuestros cuerpos se rozaban una y
otra vez frotando nuestros miembros por el cuerpo de nuestro compañero. La
perfecta danza submarina previa al baile que estaba a punto de comenzar.
James quiso tocarme pero no le dejé, no quería más que me
poseyera ya mismo, bajo aquel manto de estrellas, en aquella piscina donde
nadie nos veía pero donde cualquiera nos podía ver.
Así aproveché su mano, que ya estaba sumergida en el agua
para que cogiera “mi alegría” y la introdujese en mi cuerpo, ya deseoso de placer
desde hacía muchos minutos. El corazón me iba a mil, estábamos haciendo algo
prohibido. Algo prohibido de no hacer, una experiencia irrepetible que te lleva
a tocar en donde un letrero reza “NO TOCAR”. Una pasión que calentaba el agua
fría de la piscina.
Las olas que creaba el cuerpo de James empujando al mío
golpeaban mi pecho constantemente y cada vez con mayor celeridad y descontrol. De
vez en cuando James miraba hacia los lados, pero mis manos impedían que se desconcentrase
ni un solo momento, me daba igual que me viesen, mi mente solo me pedía placer
y mi cuerpo rezumaba James por cada uno de mis poros.
Silenciaba mis chillidos, su mano tapaba mi boca y mis ojos
los cerraba yo impulsivamente por el placer de ver lo que estábamos haciendo.
El agua no calmaba mi calor y no estaba impidiendo que esa noche se
transformara en La noche. Mis manos clamaban al cielo porque ese momento no
parase nunca.
Y ese momento nunca paró, los años que han pasado no nublan
mi recuerdo y creo que tampoco el de James. La noche más mágica. Una noche.
Nueve meses después bendecida con el mayor de mis revoloteadores. Un momento
tan mágico que nunca se podrá borrar.
0 comentarios:
Publicar un comentario