La semana se acababa y traía mi día favorito. Ya era
domingo. Me desperté después de una larga noche. El día anterior no había hecho
más que llover y llover y los niños estaban más revoltosos que nunca. Qué
caprichosos y malos se vuelven cuando quieren mis dos angelitos.
La semana no ha sido digna de recordar, mis tareas y las de
James nos han juntado para compartir cama al dormir, para darnos un beso de
buenos días y volvernos a separar. Es una de esas semanas en las que la rutina
de no vernos se acaba haciendo costumbre y sientes a tu marido como un
compañero de habitación.
Cuando mis ojos se abrían, mi cabeza supo rápidamente que ya
era domingo. El sol entraba por todas las rendijas de una persiana a medio
bajar y por fin las tareas habían dado paso a una mujer enamorada. Giré mi cabeza
y allí estaba James. Dormía bocabajo y su cabeza miraba hacia la puerta y no
hacia mí. Le contemplé durante varios minutos y vi en él a aquel hombre que me
enamoró tan jovencita, las sábanas dejaban a la luz una parte de su torso
desnudo. Creo que él dormía como siempre pero el domingo no es un día común en
mi vida y por repercusión tampoco lo es en la de James.
Mi cuerpo estaba vibrante, mi amor se estaba disfrazando de
pura pasión y estaban aflorando en mí esos cuernos de diablilla desbocada. Mis
labios y mi cuerpo me pedían James y yo se lo iba a dar. Me acerqué lentamente
a él entre las sábanas, yo era el depredador y él iba a ser mi presa. Mis uñas
de felina se pasearon por su espalda y le acariciaron lentamente, parecía que
no fueran a tramar nada malo, parecía que incluso tuviesen buenas intenciones.
Su cuerpo se estremeció pero parecía querer seguir durmiendo. Yo estaba
dispuesta a despertarle del modo que fuese pues en lo que menos pensaba era
precisamente en dormir. De esa forma me subí sutilmente encima de su espalda.
Solo me encontraba acompañada por mi camisón y mi ropa
interior, la noche no me arrebata mi aspecto de mujer coqueta. Pero en ese
momento mi camisón ya estaba viudo pues la única barrera que separaba mi
entrepierna de la espalda de James acababa de besar el suelo.
Mis labios se acercaron al cuello de James, al cuello de
ese, mi marido, que no había podido reprimir una sonrisa en su cara. Así le
empezaron a besar con mucha suavidad, con unos besos largos y lentos que se
iban acercando de muy poco en poco a su oreja. Mientras tanto mi feminidad
recorría su espalda en un movimiento constante de subir y bajar. El calor que
mi cuerpo sentía me pedía que me lo quitara todo y que me quedase pulcra ante
la mirada de Dios. Pero James estaba muy cómodo con mi cuerpo bailando sobre el
suyo así que decidí bajar de la cama y cruzarme en su mirada.
Su sorpresa le abrió los ojos del todo cuando uno de mis
tirantes se deslizó sobre mi hombro y más aún cuando el otro siguió el camino
marcado por su hermano. El camisón cayó al suelo y tapó mis delicados pies.
Todo lo contrario hizo James, se incorporó y apartó bruscamente la sábana que
cubría su cuerpo. Hizo ademán de levantarse pero mi cuerpo deseoso frustró su
intento y le tumbó en la cama. Todo seguía yendo de poco en poco y así fui
bajando su pantalón y posteriormente su ropa interior.
No lo pude evitar y tuve que probarle, tuve que volver a
saborearle. Me encanta ver cómo su cara de hombre disfruta como un niño. Según
le hacía disfrutar mi deseo iba en aumento y mis ganas de seguir con el poco a
poco estaban dando paso a un “mucho a mucho”. Después de unos minutos de gloria
masculina, comencé a escalar por su cuerpo y cuando James creía que iba a parar
sus brazos rodearon mi cintura, pero no era esa mi parada. Seguí subiendo y
subiendo, mi flor paró en su boca y mis manos agarraron fuertemente su pelo.
James estaba siendo víctima de la más embravecida Jessica. Su lengua se abrió
paso entre los pétalos de mi rosa y rodearon varias veces el corazón de la
flor. El escalofrío que su lengua me provocaba llegaba hasta mi boca que no
podía evitar un “ahhh…”. No sé si James podía si quiera respirar, mi impulso no
le dejaba ni un momento de pausa, estaba dentro de mí. No pude más, toqué el
cielo por primera vez aquella mañana.
Estaba sedienta de más y ese deseo se estaba apoderando de
James que estaba teniendo uno de los mejores despertares de su vida. Me
recoloqué pero me mantuve encima, James en ese momento no tenía ni voz ni voto.
Ya encima del mástil de su barco inicié la función igual que estaba
transcurriendo la mañana: primero de poco en poco y después de mucho en mucho.
James estaba suspirando muy fuerte y eso me volvía más ardiente si cabe. Mis
saltos sobre él iban acompasados a caricias en su pecho y su cuerpo, sentía que
James iba a explotar.
El sol seguía radiando fuerte y salpicaba mi cuerpo desnudo
sobre James, quien una y otra vez era inmovilizado por mis brazos y por mis
besos traicioneros y pícaros. El vaso estaba muy lleno, se iba a desbordar de
un momento a otro.
Y tras varios momentos el vaso no se desbordó, explotó.
James no pudo aguantar más, soltó un leve gemido y me abrazó bruscamente. Ver
cómo le había hecho disfrutar y sus brazos rodeando mi cintura mientras su
cuerpo tenía pequeñas contracciones despertó en mí el volcán que llevo dentro,
su esencia corriendo por tripa desnuda me hizo dar un fuerte golpe en el pecho
de James y darle un tirón de pelos que me hubiera resultado impensable en
cualquier otro momento. Volví a acariciar el cielo por segunda vez y los dos
caímos como desmayados sobre la cama.
Pareció que muerto de vergüenza por lo que acababa de
presenciar, el sol se escondió corriendo detrás de las nubes y estas volvieron
a dejar caer la lluvia. Fue el único momento de la semana en el que pudimos
verle lucir. Son momentos que transforman una semana gris en una semana con
algún toque de color. Hay ocasiones en las que la sencillez esconde la más
deliciosa e increíble complejidad. Cuando de verdad sientes el amor verdadero, cuando
compartes un corazón y cuando la vida te lleva a los brazos de un hombre entre
millones.
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