La primavera parece que se asienta. El sol aunque se muestra
algo reticente, ya empieza a enseñar su poderío pre-verano. Otro domingo más y
otro día de mis preferidos que debíamos aprovechar. Pero como todo en esta vida
es imperfecto, antes de que pudiéramos abrir si quiera los ojos teníamos a dos
niños saltando encima de nuestra cama como locos.
Quizás fuera ya un poco tarde y por eso no me había tenido
tiempo de “acosar” a James como suelo hacer los domingos. Ese sí había sido un
fallo mío, la noche anterior había salido a tomar algo con la aventurera de
Cris que seguía pasándose las horas hablándome de sus novedades. No amorosas,
es todo más sucio que eso desde mi perspectiva. Somos dos polos opuestos,
tenemos ideas diferentes pero una amistad muy sincera.
No me quedó más remedio que resignarme e irme a pasar el día
con los niños y James. Nos fuimos a las afueras, a un parque en el que poder
pasar un día tranquilo y un sitio seguro para los niños. Mi idea era vengarme
de ellos, me habían despertado y me habían quitado a mi James mañanero, así que
en el parque jugarían todo el día a su antojo y llegarían rendidos a casa e
irían directos a la cama. Un plan muy malvado.
Allí estábamos. Un precioso vestido, un sombrero y unas
mantas en el suelo bajo un espléndido sol y antes de que quisiéramos darnos
cuenta los niños ya se habían ido corriendo por su cuenta con afán de
exploradores. No había peligro, el parque es muy grande pero se lo conocen a la
perfección. Son rebeldes y responsables, cualidad esta última que supongo
habrán sacado de su padre.
Qué a gusto me siento al lado de mi esposo. El tiempo vuela
a su lado, solo una conversación o una simple mirada saca en mi cara la mejor
de las sonrisas. Las palabras empezaron a salir de nuestras bocas y con ellas
vinieron los recuerdos. Sin ni si quiera darnos cuenta acabamos hablando del
día en que le robé nuestro primer beso. Fue nuestra segunda cita, un día en el
que fui a buscarle a la salida de trabajar y nos fuimos al cine. Uno de esos
días en los que todo sale mal. Y qué decir de la película, a una hora
intempestiva, más para una última cita que para buscar algo en la persona que
te acompaña. Un desastre acompañado por un paseo a las tantas por unas calles
en las que solo nos acompañaba el frío, buscando un coche que parecía alejarse
por cada paso que dábamos. Un coche que vio como me acerqué lentamente a James
y le besé sin miedo. He de admitir que con algo de vergüenza, pero con mucho
tacto femenino.
Y justo cuando el recuerdo se exprimía, James le dio un
toque actual, puso unos pocos años más (maldita edad), cambió el coche por el
parque y el frío por el frescor primaveral y, como dos adolescentes, nos dimos
un beso bajo la atenta mirada del sol y de los verdes árboles. Es el dibujo de
la felicidad, es el sentirte protegida, amada y deseada por el hombre al que
proteges, amas y deseas.
Me sentía tan cómoda y era una postal tan agradable que se
me olvidó con quién estaba tratando y bajé la guardia. Tras varios minutos de
besos de esos que con la edad ya no se dan, los caprichosos, juguetones y
sinvergüenzas dedos de James estaban hurgando debajo de mi falda en una batalla
contra mi ropa interior. Una batalla que perdí, solo sentir un roce y saqué
rápidamente la bandera blanca, me rendí por no poder ganar y porque sí, porque
a lo mejor me interesaba…
A James no le importaban mis “James ya vale” ni mis “James
que no estamos en casa”. Solo le valía su ansiedad sexual, claro que intentar
pararle cuando en realidad estás deseando que siga, no ayuda mucho a que James
frene sus impulsos. Sus malvados besos me tenían en shock con los dibujos que
hacían nuestras lenguas bailando juntas un húmedo y apretado vals. Y vaya… vaya
salto di cuando sus dedos rompieron mis defensas, cuando mis ojos se cerraron y
mi mente estaba ahogada de placer.
Sus dedos salían, entraban, acariciaban y yo solo temblaba,
apartaba su boca ligeramente de la mía para descansar y mis labios salían
corriendo detrás de los suyos como locos, como necesitados. Estaba en mi
pequeño rincón de la locura, en aquél en el que James me acorrala y no me deja
escapar, con una soga en el cuello, con una camisa de fuerza en mi torso y
sumergida en el profundo éxtasis del gozo y el placer carnal. James con su
látigo de tres fustas, azotando mi cuerpo salvajemente, diciéndome cosas que
solo en esos momentos quieres oír, sintiendo del todo pero ansiando querer
sentir más.
Vistiendo una máscara negra y terrorífica, con cadenas en el
cuello, con el torso al aire pero con pantalones de cuero, el James oscuro, ese
que se pierde entre las rendijas de mi cuerpo y que no sale de ninguna de
ellas. El James verdugo, tirando de mi pelo y arrancando jadeos de mi boca sin
inocencia, besando mis labios a mordiscos, haciendo de mi un juguete con el que
jugar y yo ansiosa de que jugase conmigo.
Abrí los ojos y solté un seco y silencioso “¡oh…!”. El
parque seguía ahí ante mi mirada sorprendida, mi corazón iba más rápido que el
mismo tiempo, no había quien le echase el freno. James sacó su mano de mi
vestido y noté un alivio momentáneo, me veía húmeda y con ganas de más, pero no
era posible, los niños ya corrían ante nuestra mirada, aunque mis ojos seguían
viendo flases de mi James verdugo y de esa prisión de pasión.
James se incorporó sonriente y sin mirarme pero sus
picarescos labios mascullaron un rastrero “me debes una”. Le vi alejarse
lentamente y cerré corriendo los ojos para ver cómo se ponía su máscara negra y
sacaba de nuevo su instinto animal. Me tumbé y agoté mis pensamientos de todo
el día en unos fugaces eternos minutos.
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