No sé por qué somos todos tan morbosos. Creo que es algo
aparejado a nuestra condición de seres humanos. Disfruto recordando tiempos
pasados y el sábado por la noche, mientras veíamos una película en el sofá
junto a los niños, me dio por pensar. Qué miedo me da pensar, a veces no
encuentro el freno y no sé dónde parar.
Con el brazo de James sobre mis hombros, con mi pequeña
entre medias y mi pequeño a mi lado tumbado sobre mí, mi cabeza empezó a volar.
Estaba en plena flor de la vida, eran mis años de loca, de
bendita loca. Esos años en los que el sexo era una diversión muy curiosa.
Llevaba muy poco tiempo con James y el pobre inocente me llevó al cine creyendo
que el plan sería de lo más romántico. Pero ser amiga de Cris desde hace tiempo
hace ver a cualquiera un escondite remoto, aprovechable para… para pasarlo
bien, sí, para pasarlo bien.
James es un apasionado del cine, al menos le encanta
llevarme para salir de casa. Yo aproveché que el pobre es de lo más inocente,
miré la cartelera y elegí la película peor de todas, la que seguro que James no
querría ver. Como llevábamos poco tiempo disimuló su mueca de disgusto y no
tuvo otro remedio que resignarse y entrar a verla, las palomitas y el refresco
ya correrían de mi cuenta.
La película empezó entre tonteo y tonteo, entre algún que
otro beso y entre ojos que se miran viendo el futuro cada vez más nítido, el
amor llamaba a nuestras puertas. Se podría decir que fue nuestro primer
encuentro salvaje, pero nada se intuía hasta el momento. James ocultaba una y otra
vez su desesperación ante la película que le había llevado a ver, una película
a la que solo le faltaba una hora y media para acabar. “¿Te está gustando
James?” le pregunté mientras me sentía mala, malísima. “No está mal” fue su
contestación para mis oídos pero mis ojos veían otra cosa.
Yo no podía más, tenía que culminar mi plan y se lo dije
bien claro, “James esta película no me gusta nada, sácame de aquí por favor”.
Pobre corderito que rápidamente me dijo: “no te preocupes, nos vamos si así lo
quieres”.
Nos fuimos molestando a todos los que veían esa película,
aunque ya era molesta de por sí. Así salimos al vestíbulo y cuando pasamos al
lado de los servicios saqué mis garras y mi instinto de leona cazadora. Le
agarré de la sudadera y le metí al baño de hombres. Ni si quiera pensé que
pudiera haber alguien, suerte la mía que no lo hubo.
James querido mío, en qué momento caíste en mi tela de araña
de licra y de picardías rojos.
Veía el susto en la cara de James pero mis labios le
tranquilizaron rápidamente, son su chupete preferido y ese niño solo necesita
eso para dejar de llorar. Así empecé besando su cuello y susurrándole al oído
que le quería y que le iba a hacer soñar. Al final la ilusa fui yo, por aquel
entonces no sabía de la voracidad del león macho, la caza era mía pero su rugir
era temible. Así agarró mi cuerpo y me metió directamente el placer en el
cuerpo.
Levantó mi falda, rompió mi ropa interior ante mi espanto
posterior (no era momento de pensar en aquello), y me giró para que le diese la
espalda. Rápidamente empezó la labor, sus ansias son magníficas, pero lo de
aquel baño creo que ni hoy tiene nombre.
Yo me apoyé en la pared y hacía fuerza contra él para que me
tomase más fuerte, parecía que no iba a salir viva de allí, pero es que no
quería, solo quería seguir y seguir; y como si leyese mi mente James estaba
empezando a sudar. Cuando parecía que la lucha la iba a ganar él me giré y con
mi mano le toqué suavemente, una y otra vez, una y otra vez y su boca no
alcanzaba a seguir el ritmo de mis besos, se quedaba abierta, respirando fuerte
y perdiendo todo el poder que había parecido tener, parecía que la altura de
James estaba quedando por debajo de mis rodillas. Mi instinto me llevaba a
agacharme y probarle pero todavía éramos jóvenes y nuestra relación era
similar. En vez de eso, subí mi mano y mientras le miraba a los ojos, la lamí
de principio a fin para volverla a bajar y tocarle dejando todas las sutilezas
fuera de nuestro escondite.
James no encontraba ni su propio aliento y me vi obligada a
bajar la otra mano y ponérselo aún más difícil. Mis manos subían y bajaban y
mis ojos reían al ver a James flotar por encima de aquel cine. Cuando James
estaba medio muerto y era un pelele en mis brazos, le senté y yo hice lo propio
encima de su cuerpo semidesnudo. Así deslicé mi cadera sobre él lentamente para
acabar apretándome contra su pecho a más no poder. Luego continué montada en mi
potro del placer hasta que un tirón de pelo me dijo que la fiesta estaba
tocando su fin. Por ello comencé a vapulear más fuerte a James y cuando sentí
que todo acababa le susurré al oído algo que nunca contaré… Algo que nos llevó
a los dos a sentir los mismos escalofríos y derramar uno sobre otro todo
nuestra pasión. Un fugaz viaje desde el cielo hasta la tierra.
Mi por aquel entonces novio, salió de allí con aires
demacrados, como si en vez de una novia tuviese una hiena carroñera. En cambio
yo salí con la mayor y más picarona risa de angelito bonachón, con mi aureola y
mi sonrisa de oreja a oreja.
Hubo algo que perdimos aquel día, la timidez en nuestras
relaciones y yo mi ropa interior. Al menos pude descubrir que mi sentido de la
vergüenza seguía intacto, fue el día que aprendí a andar como un pato en el
trayecto del cine hasta mi casa aunque James me sugería una y otra vez que me
agachase.
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