Cuando el sol baña el paraíso parece que todo lo que allí se
esconde es de colores vivos y de una belleza casi idílica. Es la cara A de la
vida, la que todos vemos, la que todos queremos ver. El caso es que la vida
tiene también otra cara, la B y allí ya no luce el sol y se pueden ver nubes.
Los colores vivos se ven algo más grises y en el ambiente se percibe un aire
melancólico, se añora el sol.
Así es mi paraíso. Siento que lo que hay entre James y yo es
tan especial que nos hace sufrir más de la cuenta. Cuando hay un enfado se
magnifica y nos hace más daño del debido. Los dos sabemos lo que siente el
otro, nos amamos, pero en esos momentos nos olvidamos de ello en primera
instancia y se produce una lucha de egos en la que ninguno sabe cómo acertar
para calmar la situación. Quizás yo sea excesivamente cabezona, lo sé. Las
discusiones siempre tienen un motivo y son para mejorar la relación o para
buscar solución a un problema. El caso es…
El otro día James y yo manteníamos una discusión. Nunca
solemos “volvernos locos” al discutir, cada uno expone sus ideas y por mucho
que uno pierda la razón, no damos nuestro brazo a torcer. Nunca nos chillamos,
elevamos algo el tono de voz pero siempre mantenemos las formas. Bueno, alguna
vez que otra los dos hemos dado algún portazo o algún golpe de rabia. Somos muy
cabezotas.
La conversación se empezaba a caldear y yo tengo un problema.
James cabreado me excita más de la cuenta. Es mi fuente del deseo, es increíble.
Tengo que reconocer que más de una vez he provocado alguna discusión tonta para
verle así, bien es sabido que después de la tormenta siempre llega la calma,
aunque no se pueda llamar calma a lo que busco con esos enfados.
Discutíamos en la habitación, James daba vueltas sin sentido
y no paraba de hablar. Hubo un momento que paró sin saber qué decir pues yo no
le repliqué, me miró con su típica cara de enfado y se sentó en la cama. Era mi
momento, me senté en sus piernas y le di un beso repleto de amor. El primer
impulso de James fue intentar zafarse de mi trampa pero mis manos no dejaron a
su cabeza girar y cayó como un inocente animalito. El beso fue subiendo de
intensidad, nuestras lenguas aparecían tímidamente, nuestros brazos aún
acariciaban por zonas que entraban dentro de lo debidamente decente.
Los minutos no pasaban, se quedaban atontados mirándonos,
entre risas vergonzosas previendo lo que le iba a hacer a James. Las lenguas
habían perdido su timidez y los brazos se habían perdido por completo. Lo
decente había perdido con nosotros todo su significado. Las caricias se
llevaban consigo la camiseta de James. Él quería seguir estando enfadado y
forcejeaba para evitar quitarse la ropa y seguir con la discusión, pero los
años le hacen indefenso frente a mí. Así, me dejé de inocentadas y toqué su
entrepierna, la agarré bien fuerte y casi se podría decir que arranqué de sus
piernas todo lo que las tapaban.
Algo parecido hizo James con todo lo que yo llevaba puesto,
me lo quitó de forma muy violenta, algo agobiante pero más excitante. Me agarró
fuerte, no sabía qué estaba haciendo pero me levantó ligeramente en el aire y
me tiró a una cama que me recibió encantada. Todo fue muy rápido y muy salvaje.
Solo supe que había cariño porque era James, pero las sensaciones eran de un
sexo muy duro. Me abrió de piernas y me
tomó impulsivamente. Era todo muy silencioso, parecía que seguía habiendo
rencor entre ambos, yo intentaba reprimir mis jadeos para que la cosa siguiera
igual pero no pude y uno salió de mi boca. Rápidamente James se echó por
completo encima de mí y me tapó la boca con su mano.
Lo hacía con fuerza y violencia, sin llegar a hacerme daño
pero no dejándome ni un segundo de respiro. Apretaba dentro de mí como si no
hubiese un mañana, como si quisiera
soltar toda su rabia en mi interior, su ritmo era frenético y yo parecía una
muñeca en sus manos. Estaba ahí, con James encima, disfrutando como nunca,
encontrando un oasis en el desierto de una discusión que se había quedado a
medias. Le abracé con mis piernas fuertemente pues los dos sentíamos el mismo
deseo enrabietado. Yo también quería hacer sentir a James lo que estaba
haciéndome sentir él a mí.
No pude, mis fuerzas flaquearon rápidamente y mi cuerpo
temblaba una y otra vez por las embestidas de James. Él seguía, no daba la
impresión de rendirse. Estaba dejándome sin nada, estaba haciendo de mí un mar
de gozo. Su contundencia me había llevado a tocar el cielo varias veces
seguidas, pero no paraba y yo tampoco podía parar de sentir el cielo en mi cuerpo.
No me dejó moverme, no quería cambiar de postura y seguía
embistiéndome una vez tras otra. De repente sentí cómo convulsionaba su cuerpo
y su esencia en mi interior.
La mayoría de las veces el sexo irrumpe en nuestras
discusiones y no se acaban, nada se soluciona y vuelven a salir, pero en esos
momentos nos calmamos. Ese día fue la primera excepción, James acabó y ni si
quiera se tumbó a mi lado, salió de la habitación y cerró la puerta. Me sentía
algo estúpida, sentía que tenía mucha culpa, pero en ese momento lo mejor era
dejar tiempo a mi esposo para que pensara y estuviese un rato tranquilo.
En ocasiones el saber entender a tu pareja hace que las
soluciones lleguen pronto y que todo vaya a mejor. James y yo nos queremos y yo
sí sé luchar por la persona que amo. Todo se arregló con un sincero perdón y
con una conversación sensata, no puedo alejarme de la persona que me hizo mujer
y que me enseñó el significado de lo que es amar. No consentiría que nada se
interpusiese en unos sentimientos únicos y sinceros.
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