El agua caía en la ducha como una cascada, relajando mi mente con su suave y continuado sonido. Mientras se iba calentando, yo me despojaba de mi ropa. La tiré al suelo despreocupada, la ducha iba a ser mi amante más exigente.
El agua comenzaba a surcar las curvas de mi cuerpo,
acariciaba cada parte de mujer que escondo con recelo, besaba ardiente los
rincones de un cuerpo que iba sintiendo el placer de unas caricias tan húmedas
como inocentes. La descarada era yo que palpaba una y otra vez mi desnudez y
las gotas de agua me decían al oído que dejara mis pensamientos a un lado. Ese
susurro me estremecía y me desposeía de toda razón. No era momento de seguir la
lógica, era el momento de cerrar los ojos y dejarse guiar por el instinto.
James abrió la puerta del baño y nos miramos a través de la
mampara. Mis ojos, que llevaban tiempo soñando, se abrieron y cobraron sentido
de una realidad que sacó de mi cara una sonrisa. Sin que él me viese, mi lengua
jugueteó nerviosa con unos labios que acabaron presos de mis dientes.
James se desabrochaba la camisa, botón tras botón, segundo
tras segundo, latido tras latido. Sus grandes manos tiraron de la prenda hacia
atrás y descubrieron su torso desnudo, firme y terso; el agua ya no me humedecía,
las uñas arañaban suavemente la mampara de la ducha. Su cuerpo empezaba a abrir
las puertas del paraíso.
Su tarea no se quedó ahí. Le siguió el cinturón. Nuestras
miradas no se llegaban a cruzar en ningún momento. Sus manos pasearon por su
cintura para acabar desabrochando el pantalón muy lentamente. Mis dientes
estaban a punto de arrancar mi propio labio, sus manos estaban poco a poco
deslizando el presidio de su hombría por sus piernas. Solo separaba mi
imaginación de la realidad una fina capa de tela que escondía lo que mi cuerpo
quería ya dentro.
James se levantó, se acercó a la mampara y mirándome a los
ojos apoyó todo su cuerpo en ella, yo corriendo hice lo mismo y me deslicé
suavemente de arriba hacia abajo. No aguantaba más, es la tortura que más agradezco
pero no dejaba de ser una tortura. Nuestros labios se veían cerca pero no
llegaban a besarse, mis manos querían tocar su cuerpo pero una barrera les
separaba. La ropa interior de James marcó las ganas que tenía de compartir
hueco en mi momento, quería ser partícipe de mi idilio con el agua.
Sus manos le desnudaron y sus pasos hacia mi lado fueron
como un caminar por el desierto, mi cuerpo quería a James tan dentro como fuese
posible, mis piernas se frotaban imaginando lo que iba a ser una realidad.
Por un momento paré y le dije sin hablar que esto no había
hecho más que empezar. Deslicé hacia abajo mi cuerpo por el suyo para que
notase bien lo que tenía ante él, para que sintiese mi cuerpo bien cerca. Una
vez llegué abajo, mi lengua salió de su cueva y empezó lamiendo su pierna para
subir y acabar en su cuello, rozando sutilmente su virilidad con mis ardientes
pechos. Una vez arriba volví a bajar de la misma manera pero el final fue su
abdomen. Las manos de James se perdían entre mi pelo y un lametón pecaminoso en
su fuente de mi deseo provocó un tirón descontrolado. Lo dejé en eso, en un
lametón que emuló James de forma continuada por mi cueva del deseo.
El agua seguía cayendo sobre nosotros. Las gotas salpicaban
nuestros cuerpos y dejaban en la pared gotas como el rocío mañanero. Seguía
recorriendo mi cuerpo y estremeciendo mis sentidos a la vez que James copaba el
centro de mi atención con su perversa lengua, esa que movía en círculos y de
arriba hacia abajo mientras nuestros ojos se miraban.
James se incorporó y rápidamente levanté una pierna que le
abrazó y que mi esposo entendió como una llamada. Lo entendió a la perfección y
pasó a poseerme fuerte, muy fuerte. Mis manos no le paraban, la noción de James
estaba nublada y era un tren sin frenos. Un tren que entraba y salía sin parar
mientras hacía a todo mi cuerpo temblar.
Estaba empapada, no sabía si sería posible disfrutar más. El
cielo no era el techo, en esos momentos me sentía más allá, mi cuerpo sufría
espasmos y mis manos apretaban fuertemente a James que sacaba una mueca de
pícaro y se apretaba más y más contra mí.
Él empezaba a ascender y a seguir mis pasos, dos suaves
gemidos muy continuados así me lo hicieron ver. Bajé mi pierna y me aparté de
él, le miré a los ojos y mi mano acercó sus labios a los míos para besarlos con
pasión mientras acariciaba su pelo. Le volví a apartar bruscamente, agarré su
hombría y le dije al oído: “esto no lo vas a olvidar jamás”. Así le agarré y
mientras nos mirábamos a los ojos, su esencia salpicó nuestros cuerpos bañados
por el agua.
El trío jamás soñado…
0 comentarios:
Publicar un comentario