lunes, 11 de marzo de 2013

Deseo entre cafés



Siempre a la misma hora. Todos los días de la semana. Él trabaja de camarero en una cafetería cercana a mi trabajo. En realidad es un yogurín pero esa cara de niño y ese cuerpo de adulto novel hacen que cada mañana siga mi rutina. 

Sentada en mi mesa de siempre abro mi portátil para mirarle con disimulo. Le veo pasar una y otra vez cerca de mi mesa y un escalofrío recorre mi cuerpo de principio a fin. Es como un imán para mis hormonas que revolotean como si fuera una joven adolescente. En ocasiones se me escapa un sonrisa ingenua, otras veces siento como si me sobrara toda la ropa.

Tiene unos ojos negros muy profundos y no debe tener si quiera 20 años. Lo que si tiene es un pelo cortito y repeinado, todavía es un chico que quiere sentirse guapo y la verdad que sí que lo es. Su cuerpo es delgado pero no excesivamente y debe medir aproximadamente un perfecto 1,80.

Intento robarle una mirada furtiva y es que mi escote se abre solo, los botones de mi blusa me conocen a la perfección, saben que esconden una fantasía para el hombre. Lo que empezaba siendo una oficinista cualquiera acababa siendo una oficinista sugerente. Sí, quizás también, quizás también me muerda el labio... Este chico me hace soñar despierta.

En un descuido pierdo mi casi extinta inocencia y le agarro de la cadera por la espalda y antes de que pueda servir un café a la mesa ocho, mis labios le susurran al oído que me lleve al baño de empleados. Palabras que acaban con un pequeño beso en la oreja.

Un gesto vergonzoso de su cabeza me indica el lugar y una vez allí la que manda soy yo. Mis besos ponen su corazón a mil, lo noto cuando mi cuerpo se abraza con el suyo con los torsos desnudos. Me aprieta fuerte contra la pared, casi no puedo respirar pero no lo necesito. Solo necesito que cada vez me apriete más y más fuerte. Mi instinto animal le clava las uñas en su espalda y su pequeña mueca de dolor me lleva a subirme a un pequeño mueble y a dejarme llevar por el momento.

Asustado y sin aliento, entre jadeos, me dice que no chille, que alguien nos puede pillar. Antes de que acabe la frase mis labios se lanzan a los suyos y los absorben en un beso que dice: no hables y que esto nunca acabe.

Cuando mis ojos se empiezan a quedar en blanco y mi mente se nubla de placer una voz me dice: “señorita, son 3,50 euros”. Lo he vuelto a hacer. He vuelto a soñar despierta.

Mi corazón sigue estando en aquel sueño y va a mil por hora, me está costando recobrar el sentido, no sé si por que no puedo o por que quiero seguir soñando. Pero el tiempo de mi descanso se termina y tengo que volver a mi trabajo. Me levanto y emprendo mi camino pero al salir me cruzo con él y mi mano, ante mi sorpresa se lanza y le da una palmadita cariñosa en su redondo, firme y duro trasero. Su brusco y nervioso giro en busca de una explicación y su sonrojada cara solo consiguieron llevarse un sutil guiño de mi ojo.

Ya no quiero soñar más.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Y sentir sus caricias cerca de mi cuello, bajando hasta volverle loca. Bonito relato, che!

Belen Tapia Pascual dijo...

Me ha gustado muchoooo!!!!

Anónimo dijo...

:p mmmmmmm

Publicar un comentario