Siempre
a la misma hora. Todos los días de la semana. Él trabaja de camarero en una
cafetería cercana a mi trabajo. En realidad es un yogurín pero esa cara de niño
y ese cuerpo de adulto novel hacen que cada mañana siga mi rutina.
Sentada
en mi mesa de siempre abro mi portátil para mirarle con disimulo. Le veo pasar
una y otra vez cerca de mi mesa y un escalofrío recorre mi cuerpo de principio
a fin. Es como un imán para mis hormonas que revolotean como si fuera una joven
adolescente. En ocasiones se me escapa un sonrisa ingenua, otras veces siento
como si me sobrara toda la ropa.
Tiene
unos ojos negros muy profundos y no debe tener si quiera 20 años. Lo que si
tiene es un pelo cortito y repeinado, todavía es un chico que quiere sentirse
guapo y la verdad que sí que lo es. Su cuerpo es delgado pero no excesivamente
y debe medir aproximadamente un perfecto 1,80.
Intento
robarle una mirada furtiva y es que mi escote se abre solo, los botones de mi
blusa me conocen a la perfección, saben que esconden una fantasía para el
hombre. Lo que empezaba siendo una oficinista cualquiera acababa siendo una
oficinista sugerente. Sí, quizás también, quizás también me muerda el labio...
Este chico me hace soñar despierta.
En
un descuido pierdo mi casi extinta inocencia y le agarro de la cadera por la
espalda y antes de que pueda servir un café a la mesa ocho, mis labios le
susurran al oído que me lleve al baño de empleados. Palabras que acaban con un
pequeño beso en la oreja.
Un
gesto vergonzoso de su cabeza me indica el lugar y una vez allí la que manda
soy yo. Mis besos ponen su corazón a mil, lo noto cuando mi cuerpo se abraza
con el suyo con los torsos desnudos. Me
aprieta fuerte contra la pared, casi no puedo respirar pero no lo necesito.
Solo necesito que cada vez me apriete más y más fuerte. Mi instinto animal le
clava las uñas en su espalda y su pequeña mueca de dolor me lleva a subirme a
un pequeño mueble y a dejarme llevar por el momento.
Asustado
y sin aliento, entre jadeos, me dice que no chille, que alguien nos puede
pillar. Antes de que acabe la frase mis labios se lanzan a los suyos y los
absorben en un beso que dice: no hables y que esto nunca acabe.
Cuando mis ojos se
empiezan a quedar en blanco y mi mente se nubla de placer una voz me dice:
“señorita, son 3,50 euros”. Lo he vuelto a hacer. He vuelto a soñar despierta.
Mi corazón sigue
estando en aquel sueño y va a mil por hora, me está costando recobrar el
sentido, no sé si por que no puedo o por que quiero seguir soñando. Pero el
tiempo de mi descanso se termina y tengo que volver a mi trabajo. Me levanto y
emprendo mi camino pero al salir me cruzo con él y mi mano, ante mi sorpresa se
lanza y le da una palmadita cariñosa en su redondo, firme y duro trasero. Su
brusco y nervioso giro en busca de una explicación y su sonrojada cara solo
consiguieron llevarse un sutil guiño de mi ojo.
Ya no quiero soñar
más.
3 comentarios:
Y sentir sus caricias cerca de mi cuello, bajando hasta volverle loca. Bonito relato, che!
Me ha gustado muchoooo!!!!
:p mmmmmmm
Publicar un comentario