No me lo quería creer pero así era, llevaba puestos los
pantalones de aquel día. No sabía si quiera como calificarlo, no sé de qué
forma acordarme de ese día, pero no me olvido de esos pantalones que le veía
lucir.
No, ese día ni si quiera los vi cubriendo sus piernas, no me
interesaba saber cómo le sentaban solo sé que los usó de mordaza. Que mis
dientes los mordían mientras James colocado detrás de mí, tiraba de ellos como
si fuera mi amo. Me dominaba y mis dientes mordían la correa.
Ni si quiera podía apartar de mis labios la prenda porque
mis manos estaban esposadas al cabecero de la cama. Tampoco estaba tumbada,
estaba a un lado, de pie, inclinada, con las piernas abiertas y enseñando lo
mejor de mí.
El animal que reside en su cuerpo estaba allí, tirando de la
correa con una mano, tirando de mi pelo con la otra. Los jadeos inundaban
nuestra habitación pero esta vez no era yo. Lo hubiera sido de no ser por mi
sometimiento, pero esta vez era él quien llenaba las cuatro paredes de unos
jadeos tan intensos como hacía de mí la cosa más insignificante. Su cuerpo
chocaba una y otra vez contra el final de mis piernas, esa parte maravillosa
que mi ropa interior había dejado de tapar cuando fue arrancada minutos antes.
El ruido aumentaba, la fuerza con la que se adentraba en mi interior, me
lanzaba contra la pared y yo no quería poner resistencia, solo quería dejarlo
todo a su merced.
Mis piernas ya sentían las caricias de mi esencia
recorriendo el interior de mis muslos, goteaban al suelo después de recorrer su
miembro. Los sonidos se su cuerpo golpeando el mío sonaban muy húmedos y notaba
como yo no podía sentir más que aquello. Sus manos soltaron lo que agarraban y
le hizo un nudo a esos pantalones. Pero no podía evitarlo y los sonidos salían
de mi boca, quería chillar pero me lo impedían y aun así no podía dejar de
intentarlo, de intentar chillar lo más alto que jamás lo había hecho. Así lo
sentía, sus manos envolviendo con dureza mis dos pechos a la vez era el culmen
de mi gozo, en realidad llegaba a doler pero en ese momento el dolor me placía.
No paraba y para hurgar más dentro de mí, subió su pierna a
la cama, así la fuerza que me poseía era mayor. Mis ojos ni si quiera veían la
tenue luz del día entre los huecos de la persiana, mis oídos no escuchaban sus
jadeos, mi cuerpo no notaba, toda yo estaba siendo poseída por James.
El ritmo era frenético, siempre había sido muy caliente pero
ese día no había ni una pizca del buen James, ese no estaba, solo me acompañaba
la bestia y estaba detrás de mí penetrándome de forma impulsiva. Pude girar mi
cabeza y ver como con sus ojos cerrados se llevaba mi ropa interior, que tenía
colgada de la muñeca, a la boca y la mordía con ganas. Todo me excitaba aún
más, no sabía que podría ser lo próximo pero quería recibirlo como fuera. Y lo
próximo fue un manotazo sobre mi muslo que acabó con sus dedos hincándose en mi
piel mientras subían a mi trasero. Una vez allí lo golpearon varias veces
seguidas y a mí me encantaba. Mis piernas me empezaron a temblar, como si en
poco tiempo fuesen a languidecer y no pudieran aguantar mi peso. Pero estaban
empapadas, pequeños ríos caían de mi sexo y estaban haciendo un pequeño charco.
Mis tacones rojos de aguja estaban siendo testigos de cómo
mi marido hacía mi cuerpo añicos con sus acometidas.
Rápidamente empecé a notar los temblores en el cuerpo de
James, esos que conozco a la perfección y que son preludio de su embestida
final. Por ello empecé a mover mi cabeza como una loca y a intentar zafarme de
mi mordaza, pero no podía. Mi marido estaba perdiendo su energía y con suavidad
me quitó sus pantalones de la boca y rápidamente chillé “¡ni se te ocurra
acabar ahora James!” y sus brazos abrazaron mi cuerpo mientras la distancia
entre nosotros se estrechaba. No paraba pero se estaba debilitando, ahora el
que estaba sintiendo era él. Se paró y los últimos minutos de penetración
fueron míos, yo movía mi cuerpo hacia su cadera constantemente, mientras por entre mis piernas veía cómo en
ese momento eran las de James las que temblaban.
Sentí dentro de mi cuerpo el final y juntos conseguimos
hacer el charco del suelo algo más grande, ahora la esencia de los dos juntos
era la que goteaba por nuestras piernas.
Y ahí estaban de nuevo esos pantalones, en mi cocina,
compartiendo el almuerzo de mi marido y mis hijos. Mirándome como yo los miraba
a ellos y estremeciéndome por una situación que nunca hubiera podido imaginar,
que surgió tal cual y que no podía haber sido de otro modo. Esos pantalones…
James se levantó para recoger su plato y me acerqué a él con
sigilo. Besé sus labios y saludé formalmente a esa maldita prenda acariciando
mi mano por la entrepierna vestida de mi marido.
1 comentarios:
que fuerteeee!! de los mas heavy-eroticos que he leido por el momento! me encanta! quiero un libro yaaaaaa!!
Publicar un comentario