lunes, 24 de junio de 2013

Mis tacones rojos de testigos


No me lo quería creer pero así era, llevaba puestos los pantalones de aquel día. No sabía si quiera como calificarlo, no sé de qué forma acordarme de ese día, pero no me olvido de esos pantalones que le veía lucir.

No, ese día ni si quiera los vi cubriendo sus piernas, no me interesaba saber cómo le sentaban solo sé que los usó de mordaza. Que mis dientes los mordían mientras James colocado detrás de mí, tiraba de ellos como si fuera mi amo. Me dominaba y mis dientes mordían la correa.

Ni si quiera podía apartar de mis labios la prenda porque mis manos estaban esposadas al cabecero de la cama. Tampoco estaba tumbada, estaba a un lado, de pie, inclinada, con las piernas abiertas y enseñando lo mejor de mí.

El animal que reside en su cuerpo estaba allí, tirando de la correa con una mano, tirando de mi pelo con la otra. Los jadeos inundaban nuestra habitación pero esta vez no era yo. Lo hubiera sido de no ser por mi sometimiento, pero esta vez era él quien llenaba las cuatro paredes de unos jadeos tan intensos como hacía de mí la cosa más insignificante. Su cuerpo chocaba una y otra vez contra el final de mis piernas, esa parte maravillosa que mi ropa interior había dejado de tapar cuando fue arrancada minutos antes. El ruido aumentaba, la fuerza con la que se adentraba en mi interior, me lanzaba contra la pared y yo no quería poner resistencia, solo quería dejarlo todo a su merced.

Mis piernas ya sentían las caricias de mi esencia recorriendo el interior de mis muslos, goteaban al suelo después de recorrer su miembro. Los sonidos se su cuerpo golpeando el mío sonaban muy húmedos y notaba como yo no podía sentir más que aquello. Sus manos soltaron lo que agarraban y le hizo un nudo a esos pantalones. Pero no podía evitarlo y los sonidos salían de mi boca, quería chillar pero me lo impedían y aun así no podía dejar de intentarlo, de intentar chillar lo más alto que jamás lo había hecho. Así lo sentía, sus manos envolviendo con dureza mis dos pechos a la vez era el culmen de mi gozo, en realidad llegaba a doler pero en ese momento el dolor me placía.

No paraba y para hurgar más dentro de mí, subió su pierna a la cama, así la fuerza que me poseía era mayor. Mis ojos ni si quiera veían la tenue luz del día entre los huecos de la persiana, mis oídos no escuchaban sus jadeos, mi cuerpo no notaba, toda yo estaba siendo poseída por James.

El ritmo era frenético, siempre había sido muy caliente pero ese día no había ni una pizca del buen James, ese no estaba, solo me acompañaba la bestia y estaba detrás de mí penetrándome de forma impulsiva. Pude girar mi cabeza y ver como con sus ojos cerrados se llevaba mi ropa interior, que tenía colgada de la muñeca, a la boca y la mordía con ganas. Todo me excitaba aún más, no sabía que podría ser lo próximo pero quería recibirlo como fuera. Y lo próximo fue un manotazo sobre mi muslo que acabó con sus dedos hincándose en mi piel mientras subían a mi trasero. Una vez allí lo golpearon varias veces seguidas y a mí me encantaba. Mis piernas me empezaron a temblar, como si en poco tiempo fuesen a languidecer y no pudieran aguantar mi peso. Pero estaban empapadas, pequeños ríos caían de mi sexo y estaban haciendo un pequeño charco.

Mis tacones rojos de aguja estaban siendo testigos de cómo mi marido hacía mi cuerpo añicos con sus acometidas.

Rápidamente empecé a notar los temblores en el cuerpo de James, esos que conozco a la perfección y que son preludio de su embestida final. Por ello empecé a mover mi cabeza como una loca y a intentar zafarme de mi mordaza, pero no podía. Mi marido estaba perdiendo su energía y con suavidad me quitó sus pantalones de la boca y rápidamente chillé “¡ni se te ocurra acabar ahora James!” y sus brazos abrazaron mi cuerpo mientras la distancia entre nosotros se estrechaba. No paraba pero se estaba debilitando, ahora el que estaba sintiendo era él. Se paró y los últimos minutos de penetración fueron míos, yo movía mi cuerpo hacia su cadera constantemente, mientras por entre mis piernas veía cómo en ese momento eran las de James las que temblaban.

Sentí dentro de mi cuerpo el final y juntos conseguimos hacer el charco del suelo algo más grande, ahora la esencia de los dos juntos era la que goteaba por nuestras piernas.

Y ahí estaban de nuevo esos pantalones, en mi cocina, compartiendo el almuerzo de mi marido y mis hijos. Mirándome como yo los miraba a ellos y estremeciéndome por una situación que nunca hubiera podido imaginar, que surgió tal cual y que no podía haber sido de otro modo. Esos pantalones…


James se levantó para recoger su plato y me acerqué a él con sigilo. Besé sus labios y saludé formalmente a esa maldita prenda acariciando mi mano por la entrepierna vestida de mi marido. 

1 comentarios:

Anónimo dijo...

que fuerteeee!! de los mas heavy-eroticos que he leido por el momento! me encanta! quiero un libro yaaaaaa!!

Publicar un comentario