viernes, 5 de julio de 2013

Los dos placeres de James



Sentí un extraño ruedo que despertaba todo los puros de mi cuerpo. Mi piel, luego mis músculos y finalmente mis sentidos: desperté. Cuando quise darme cuenta estaba atada, de pies a cabeza, por un fino cable. No podía moverme, si lo hacía, aquel maldito (y placentero) instrumento descargaba electricidad por mi cuerpo, me provocaban cosquillas. Cuando pude abrir bien los ojos dejé de sentir aquella extraña cuerda para percatarme que James estaba merodeando por la cama, como perro perdido, o mejor aún, como perro sediento. La habitación yacía oscura, deduje por la poca luz que entraba por la ventana, que todavía no sería ni las seis de la mañana.

Después de un largo rato, James se sentó en los pies de la cama y yo pude darme cuenta que estaba COMPLETAMENTE desnuda. Pero no solo eso, que de por si era ya extraño, sino que también había algo inquietante en mi parte más intima. ¿Qué  diabólico juego estaba planteando mi marido? Hice un pequeño amago de levantarme cuando sentí recorrer por todo mi cuerpo aquellas descarga eléctricas. James se levantó, pensé por un momento que iría a apagar aquel instrumento, pero no, al poco, cuando lo vi tocar el aparato, intenté levantarme de nuevo, creyendo que ya estaba apagado y sentí un dolor tremendo: James había subido la potencia de descarga.

-          ¿Qué pasa? ¿Qué quieres? Así poco voy a hacer yo…- quise dejarle caer que si no me podía mover mi boca poco podría hacerle …o al menos no lo que a él le apetecía. Pero él no respondió, cuando se levantó de nuevo pude ver que él estaba también COMPLETAMENTE desnudo, la poca luz que entraba desde la ventana recorría todo su fino pecho, dejando a la vista los espacios que había entre cada centímetro de su fibrado cuerpo.

-          No, tranquila. Si quieres vuélvete a acostar…-Le sentí posarse en la cama, muy cerca de mi cabeza, cuando de nuevo volvieron las descargas eléctricas.

Cerré la boca. No quise decir nada más. Le dejé jugar a él solo. Me besó, durante mucho tiempo, luego pasó su lengua por todo mi cuello y la deslizó hasta el centro de mi pecho donde se paró durante un corto tiempo pensando qué dirección tomar. Se dirigió hacia uno de mis pezones y levantó la mano izquierda al aire, para que yo la viera. ¿Qué pensaba hacer?

Posó la mano, que escasos minutos antes había estado tendida en el aire, en mi vientre. Los dedos de aquella mano empezaron a caminar hacía abajo…poco a poco, hasta que llegaron a la parte más sensible de mi ser. Allí donde conocía la diversión en estado puro. ¡YA LO SÉ! Sí, ya sabía que era aquello que sentí dentro de mí  y que me inquietaba. James me había introducido, mientras dormía, una consolador. Él, lejos de pretender quitármelo, me lo introdujo mucho más al fondo, un fondo que ni yo conocía y que me provocó un dolor inimaginable. Las gotas de sudor empezaron a caer por mi cuerpo, estaba hirviendo…James me quemaba. Entonces apagó el maldito aparato que hasta unos segundo antes me había estado penetrando por todos los recovecos de mi cuerpo. Las descargas eléctricas desaparecieron pero mi James aún seguía jugando con el consolador. Una y otra vez sin parar, y yo intentando dormir, claro, era imposible. Me quise levantar cuando unos ojos agresivos me echaron para atrás. El juego era de James y de mi parte íntima; nada más, ni nada menos.

Y así estuvo casi una hora, entrando y saliendo con aquel maldito instrumento, algo estúpido cuando el tenía el suyo, pero luego entendí la logística del asunto. Sentía dos placeres, dos placeres incalculables en su cuerpo.

El primer placer que sentía James era el de penetrarme y ver mi cara, saber que él dominaba la escena, y que él decidía la intensidad y cuánto sufriría yo.

El segundo placer era el de su propio cuerpo, el cuerpo de James, que de rodillas sobre la cama, mientras con una mano me penetraba, con la otra, se consolaba. Viendo como mi cuerpo se desmontaba a son de sus intenciones.

Aquel día, aquella madrugada, supe una cosa más de mi marido: James nunca dejará de sorprenderme. 

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