viernes, 12 de julio de 2013

Solo se llevó un beso


De repente sin yo si quiera besar sus labios, comenzó a bajarse la cremallera del pantalón y me dijo al oído.

“Esto es todo tuyo”.

Yo me sonrojé y no supe dónde meterme. Me dije a mí misma una y otra vez que eso no estaba pasando, pero por más que intentaba mirar hacia otro lado, mis ojos no dejaban de mirar lo que sus manos sacaban de sus pantalones.

Se acercó mucho a mí, a una distancia intimidatoria y cogió mi mano. Directamente, con una confianza que apabullaba, llevó mis dedos a abrazar a su miembro. Yo casi sin quererlo moví la muñeca y le di lo que buscaba.

Estábamos muy cerca y es que mi sonrojada cara no veía más que gente pasar y pasar por nuestro lado, bailando y tomando algo en aquel pub. De repente mi mano se asustó y se separó rápidamente de aquello que aún hasta el momento mantenía la compostura. Ni si quiera le habían hecho falta más que unas cuantas palabras para llegar a aquello y ni si quiera quiso mentirme para conquistarme.

“No quiero más que disfrutar de esta noche”.

Yo buscaba lo mismo, pero no poseía su sinvergonzonería. La situación era tan irreal como morbosa y excitante. Todo me estaba llegando muy de repente, sin ni si quiera esperarlo, sin ni si quiera contestar a su pregunta, sin ni si quiera darme cuenta, mi mano volvía a dibujar caricias en su fantástico descaro.

“¿Cómo puede ser tan cara dura?”.

Me preguntaba mientras mi pecho palpitaba como nunca y mi respiración se escapaba de mi cuerpo y se perdía entre mi Martini de manzana.

“¿Pero quién se cree que soy?”

Pero es que esa no era la cuestión, el caso es que yo era lo que él quería. Me hubiera preocupado saber eso si no fuese porque él era lo que yo quería en ese momento.  Mi vestido llamaba a las puertas de su insumisión, había claudicado y el primer beso de la noche hizo que su mano caminase por los senderos de mis muslos para tocar la campana en la cima. Y la campana sonó más fuerte que nunca y pareció como si hablase.

“Venga vámonos al baño ahora mismo”.

Ni si quiera me vas a preguntar cómo me llamo, me susurró al oído.

“No me importa, ni si quiera pienso dirigirme a ti si no es con un jadeo”.

Y entonces él me contestó.

“Los baños no nos van a dar la lujuria que tu cuerpo hoy necesita”.

Así apartó mi mano de su miembro y lo volvió a meter en su cueva, aunque no cerró la puerta del todo. Sacó su mano de mi cuerpo y me arrastró hacia la salida del bar. Llovía y nos tapamos con una chaqueta, corrimos y me condujo detrás del local, a un callejón en la que un par de gatos nos hicieron compañía durante un tiempo impreciso, pues llegué a perder la noción y mi norte.

Allí no me dio tiempo ni a apoyar mi espalda en la pared cuando su falta absoluta de cariño me estaba dando lo que yo más quería. Solo me apetecía chillar y chillar y hacerle sufrir por su actitud pasota. Así, aunque él intentaba llevar las riendas fue mi cadera la que ganó el pulso y se movía hacia él mientras mis dos piernas rodeaban su cadera, mi ropa interior colgaba de uno de mis tobillos y mi vestido hacia tope con mi busto. Se vio sorprendido y mientras me mantenía en volandas, mi cuerpo chocaba una y otra vez contra el suyo.

Sus manos se perdía entre el matojo de mi pelo que no era más que un acopio de nudos. Un tejadito nos refugiaba de la lluvia pero teníamos nuestras piernas empapadas. Tanto por detrás como por delante le estaba empapando yo el cuerpo con el jugo de mi fruta

No pudieron pasar más de cinco minutos cuando algo susurró.

“¿Cómo quieres que pongamos la guinda?”.

Pero su trampa no cazó a un animal tan escurridizo.

“Yo la estoy poniendo ya, como no corras creo que la pondrás recordando mi cara”.

Todo mientras jadeaba abrazada a su cuello y tirando de su camiseta hasta oír crujir todos sus hilos. Así, mi cuerpo estaba tan cargado que explotó inmediatamente, llevándose consigo todo lo que le rodeaba. Así le aparté de mi cuerpo rápidamente, necesitaba tocarme yo misma, sentir lo que es pasar mis dedos por los pliegues de mi empapada entrepierna. Y necesitaba chillar y chillar ante su miraba impasible, ante su cuerpo que de repente viendo como ya no le necesitaba se empezó a plegar y a encoger, mientras suspiraba, era su fin, pero no el final que esperaba. Sí era el que esperaba yo, era el máximo disfrute, el pleno gozo.

Así, subí mi ropa interior, cubrí mi cabeza con la chaqueta del chico y me fui de su lado. Andando por el callejón mientras él desguarnecido, con los pantalones en los pies, intentando subir su ropa interior con una mano mientras con la otra intentaba sacudir lo que no había podido evitar desprender en su mano mascullaba.

Pero no me dejes así”.


El depredador ya no parecía ser tan fiero, había dado con la horna de su zapato, con un lobo con piel de cordero. Y solo un beso atestiguaba que lo de aquella noche sucediera de verdad.

0 comentarios:

Publicar un comentario