De repente sin yo si quiera besar sus labios, comenzó a
bajarse la cremallera del pantalón y me dijo al oído.
“Esto es todo tuyo”.
Yo me sonrojé y no supe dónde meterme. Me dije a mí misma
una y otra vez que eso no estaba pasando, pero por más que intentaba mirar
hacia otro lado, mis ojos no dejaban de mirar lo que sus manos sacaban de sus
pantalones.
Se acercó mucho a mí, a una distancia intimidatoria y cogió
mi mano. Directamente, con una confianza que apabullaba, llevó mis dedos a
abrazar a su miembro. Yo casi sin quererlo moví la muñeca y le di lo que
buscaba.
Estábamos muy cerca y es que mi sonrojada cara no veía más
que gente pasar y pasar por nuestro lado, bailando y tomando algo en aquel pub.
De repente mi mano se asustó y se separó rápidamente de aquello que aún hasta
el momento mantenía la compostura. Ni si quiera le habían hecho falta más que
unas cuantas palabras para llegar a aquello y ni si quiera quiso mentirme para
conquistarme.
“No quiero más que disfrutar de esta noche”.
Yo buscaba lo mismo, pero no poseía su sinvergonzonería. La situación
era tan irreal como morbosa y excitante. Todo me estaba llegando muy de
repente, sin ni si quiera esperarlo, sin ni si quiera contestar a su pregunta,
sin ni si quiera darme cuenta, mi mano volvía a dibujar caricias en su
fantástico descaro.
“¿Cómo puede ser tan cara dura?”.
Me preguntaba mientras mi pecho palpitaba como nunca y mi
respiración se escapaba de mi cuerpo y se perdía entre mi Martini de manzana.
“¿Pero quién se cree que soy?”
Pero es que esa no era la cuestión, el caso es que yo era lo
que él quería. Me hubiera preocupado saber eso si no fuese porque él era lo que
yo quería en ese momento. Mi vestido
llamaba a las puertas de su insumisión, había claudicado y el primer beso de la
noche hizo que su mano caminase por los senderos de mis muslos para tocar la
campana en la cima. Y la campana sonó más fuerte que nunca y pareció como si
hablase.
“Venga vámonos al baño ahora mismo”.
Ni si quiera me vas a preguntar cómo me llamo, me susurró al
oído.
“No me importa, ni si quiera pienso dirigirme a ti si no es
con un jadeo”.
Y entonces él me contestó.
“Los baños no nos van a dar la lujuria que tu cuerpo hoy
necesita”.
Así apartó mi mano de su miembro y lo volvió a meter en su
cueva, aunque no cerró la puerta del todo. Sacó su mano de mi cuerpo y me
arrastró hacia la salida del bar. Llovía y nos tapamos con una chaqueta,
corrimos y me condujo detrás del local, a un callejón en la que un par de gatos
nos hicieron compañía durante un tiempo impreciso, pues llegué a perder la
noción y mi norte.
Allí no me dio tiempo ni a apoyar mi espalda en la pared
cuando su falta absoluta de cariño me estaba dando lo que yo más quería. Solo
me apetecía chillar y chillar y hacerle sufrir por su actitud pasota. Así,
aunque él intentaba llevar las riendas fue mi cadera la que ganó el pulso y se
movía hacia él mientras mis dos piernas rodeaban su cadera, mi ropa interior
colgaba de uno de mis tobillos y mi vestido hacia tope con mi busto. Se vio sorprendido
y mientras me mantenía en volandas, mi cuerpo chocaba una y otra vez contra el
suyo.
Sus manos se perdía entre el matojo de mi pelo que no era
más que un acopio de nudos. Un tejadito nos refugiaba de la lluvia pero
teníamos nuestras piernas empapadas. Tanto por detrás como por delante le estaba
empapando yo el cuerpo con el jugo de mi fruta.
No pudieron pasar más de cinco minutos cuando algo susurró.
“¿Cómo quieres que pongamos la guinda?”.
Pero su trampa no cazó a un animal tan escurridizo.
“Yo la estoy poniendo ya, como no corras creo que la pondrás
recordando mi cara”.
Todo mientras jadeaba abrazada a su cuello y tirando de su
camiseta hasta oír crujir todos sus hilos. Así, mi cuerpo estaba tan cargado
que explotó inmediatamente, llevándose consigo todo lo que le rodeaba. Así le
aparté de mi cuerpo rápidamente, necesitaba tocarme yo misma, sentir lo que es
pasar mis dedos por los pliegues de mi empapada entrepierna. Y necesitaba
chillar y chillar ante su miraba impasible, ante su cuerpo que de repente
viendo como ya no le necesitaba se empezó a plegar y a encoger, mientras
suspiraba, era su fin, pero no el final que esperaba. Sí era el que esperaba yo,
era el máximo disfrute, el pleno gozo.
Así, subí mi ropa interior, cubrí mi cabeza con la chaqueta
del chico y me fui de su lado. Andando por el callejón mientras él desguarnecido,
con los pantalones en los pies, intentando subir su ropa interior con una mano
mientras con la otra intentaba sacudir lo que no había podido evitar desprender
en su mano mascullaba.
“Pero no me dejes así”.
El depredador ya no parecía ser tan fiero, había dado con la
horna de su zapato, con un lobo con piel de cordero. Y solo un beso atestiguaba
que lo de aquella noche sucediera de verdad.
0 comentarios:
Publicar un comentario